Tres meses o uno

 

Tres meses o uno puede ser el tiempo más largo o quizás el más cruel; el que te enseña una historia nula, un sinsentido. Algo que no se comprende, porque sientes que tus horas se reducen  a despertar y dormir sin diferenciar la luz del sol a ésa tenue que pasa por la puerta entreabierta del baño, para ver si tu paciente respira aún o necesita que lo sientes, que le aprietes la mano, que le leas los mensajes de texto. Dije paciente, como si fuera médico o enfermera. En galeno se convierte uno, si tiene la suerte de encontrarse cerca, a una mano de distancia o a una boca que sabe a metal. A las cuatro de la mañana, antibiótico; a las cinco, diurético; a las seis, laxante; a las ocho, la del dolor; a las dos, diurético de nuevo; a las 4, la de los nervios y otra vez antibiótico; a las seis, laxante otra vez; a las 8 no quiso más calmante. Entonces ya no eres médico, eres un pedazo de vida, de la que queda mientras te despides, te desgarras, te deshilas. Tienes que dormir, recuperar fuerzas. No, mejor ponme esa canción que dice “I don´t wanna close my eyes”. Yo tampoco quiero que los cierres. Sabes que me das fuerzas. Me das valor. Eso no lo entiendo, pero lo agradezco tanto. Paciente se vuelve uno también, de tanto esperar el milagro. En cuanto a lo aprendido, todavía no sé para qué.

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