No sé escribir como lo harías tú si te
sintieras sueño. Amanecí antes de la afonía en las respuestas y así mismo he de
anochecer, a destiempo. Al fin una presencia que aguarda tu voz no te deja florecer
lo que sólo en inglés pronuncias, porque sabes que en español significa más que
eso. Tengo otra vez un apretón de huesos y ya sé que es definitivo, yo te lo
dije, pero tú tenías que hacerme la risa cinco minutos antes.
Creamos una casa de sábanas y jugamos sin
percatarnos de los años, de la sutileza del viento en nuestra piel; ese aire no
perdona; trae y lleva el temor del segundo, del minuto después. De esa estúpida
guarida para dos de la que no salgo, tú me sacas porque no quepo en un tiempo
más allá de esta hora.
No sabría qué más decir ni cómo, no soy
poeta; pero me alegré mucho el martes; sentí como cuando uno se ennovia de
verdad, como cuando uno decide encajar; pero debió ser el efecto del humo de la
calle lo que me adormeció; debía ser una ilusión; otra vez un delirio. Disfruté
decirte que sí en el ascensor, con un beso rápido y alegre, como si fuera
posible todo, todo. Como si mi amor y determinación bastasen para asumir la
responsabilidad de regular mis carcajadas, mis gritos, mis preguntas, mi
cabello, todo mi desorden. En el restaurant chino recorrí mi futuro, como quien muere pero al revés.
Fueron cinco minutos. Los conté, saboreé sus gotas.
Al despedirnos, tú te fuiste de verdad, a
contemplar ésa tu patria caliente que te ha tomado siglos construir; tu tribu, tu
prole, tu madre bajo los pies y la reunión de fin de año. Me comparaste con tus
hábitos, con el olor de tu boca por la mañana, con la pijama rota y nada de eso
se parecía a nosotros. No te culpo, también tengo mi canto lleno de escamas y
no sé qué diría un trovador ahora, pero yo te dije que esta vez creería en ti;
tú dijiste lo mismo, pero no habías partido. Allá todo cambia; dejas de
llamarme rosa y como ya no estoy, y como tus ojos no alcanzan, y como hablo
tanto, yo que me creí luz, me extingo en esta acera. Dices que me fui o que
sólo duermo, pero tu llanto no es por mí; es porque estás sembrado. Yo no me he
ido pero tengo piernas.
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