Hay una parte de mi conciencia que me observa en silencio,
como en tercer plano, hasta que interviene porque tiene que cuidarme, cuidarse ella; es como el alma, un vigilante perenne, un regulador del voltaje de mi cuerpo. El asunto es que me escapo durante un tiempo, horas, semanas, meses, pero siempre me encuentra, me vigila y me detiene cuando ya estoy rota, muy rota, muy rota, mucho, casi incompleta. Y no llora conmigo, pero me aprieta fuerte para que yo lo haga. Es la parte que me ama más de lo que yo misma lo hago. Es la que no me deja humillarme demasiado; la que no me dice basta, pero se acerca en silencio y me pone frente a mí misma; me despierta la memoria, me borra la falsa sonrisa, me desnuda en detalle cada porción de historia, hasta que ya no me quiero, hasta que siento rabia que es lo mismo que dolor. Entonces ya no puedo caer más, porque el fondo es ella, quien me levanta y me abraza otra vez y ahí sí no soy yo quien habla.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario