Esa palabra sólo significaba cambio; por eso no le tuvimos miedo. Ahora sabemos
que los cambios pueden hacerse en retroceso y, peor aún, acostumbrarnos,
resignarnos. Peor, creer que está bien vivir en el sonido vibrante de un comienzo
que no termina de girar o rueda según quede barranco. Peor, mucho peor,
enorgullecernos de ella, no sé si por necesidad de no volvernos locos o por
saber que sí lo estamos y que no nos importe. Peor, muchísimo peor, mantenernos
sobrios, cuerdos y llorar por nosotros mismos. Peor, y no sé qué tan peor y si
los peores pueden clasificarse y que nos alcance la experiencia, llevar esa
palabra a cuestas, siendo ajena. Esa maldita palabra, larga, tramposa. Marea,
debilita, adormece. Hay que estrellar los conceptos, con fuerza, que se rompan
de una vez, y no tan lentamente que nos tomen la vida, si es que la vida dura
casi cien años. Mantenme despierta, luz, aunque me duelan los ojos.
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