Quiero

        ignorar el prestigio de algunas palabras, nomines. Tomar señales con un gancho, darles palmadas en la espalda, empujar, mirar de lejos; luego, apretar a ver qué hay dentro, qué sale. Romper sus bordes, que derramen, desinflen. Y si me preguntan por qué la falta de respeto, decir que no son más ni menos en mi lengua, muchacha traviesa rasgando el límite de la autoridad.
      Los nombres significan nada hasta que los pronuncias. Nombres hinchados de boca y aplauso; con esta forma mía de andar no cuenten, que ya crecí en los ojos de mis niños y arrodillé las zetas para hablar su único idioma.

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